Hace muchos años que viajamos a la indomable India por primera vez. Los olores y sus etnias nos cautivaron al instante.
Fuimos a visitar uno de los mercados más famosos de la capital. Hacía un calor sofocante y la contaminación no nos dejaba ver el sol, pero entre edificios de hormigón vimos un oasis con cientos de colores: Jampath y el mercado de las mujeres.
Es un gran paseo donde las mujeres con orígenes de las tribus nómadas rajastaní venden collares, sari o bellos tapices.
Mujeres que reclaman tu atención al ras del suelo sin más mobiliario que sus propias telas. Mujeres que además de la precariedad y el miedo de vivir en la calle, donde por el simple hecho de ser mujer ya es una desventaja, no les falta un gesto de agradecimiento y alegría. Transmitiéndonos así toda su fuerza y haciendo tambalear
todos nuestros valores.
Allí conocimos a una chica joven con una bella sonrisa que nos cautivo y entablamos una gran amistad que aún perdura hoy en día.
Ya casada y con un hijo sigue vendiendo en el mismo mercado, manteniendo su pequeño trozo de acera, que no es poco, esperando a que cada día sea mejor que el anterior y aun así sigue regalando la misma sonrisa y las ganas de vivir.
Gracias Didi.